Al estilo del caminante

Son tantas cosas las que han pasado en este año que ni siquiera ha llegado a la mitad, que simplemente me voy a centrar en la que me ha permitido ser quien soy ahora, definitivamente se que nunca he sido buena con las despedidas, mucho menos cuando se trata de la familia, pero hasta hoy entiendo que vamos y volvemos, que nada permanece, todo cambia, subimos, bajamos, nos enamoramos, nos desenamoramos, estamos solos un día, y al otro, acompañados, insistimos en apegarnos a las cosas, los recuerdos, el dolor, los rencores, las alegrías, las personas, el trabajo, los compañeros, la pareja, los padres, los hijos, los amigos, el país... y  tiene que pasar algo tan fuerte y tan doloroso como la muerte de una madre, el final del cordón con el ser que me dió la vida, para convencerme drásticamente de que hasta lo bueno y lo malo pasa, que mi apego no me la traerá nuevamente a la casa y más nunca su voz ni sus risas estarán fuera de mi memoria... porque es el único tesoro que tengo de ella... toda una vida de momentos... Ya no soy la misma desde aquel día que te fuiste, ni soy mejor ni peor, pero si distinta, porque tras tu despedida se fue parte de mi pero queda una parte fuerte, con más fe en Dios, más humana, que siempre, siempre estará orgullosa de haber sido tu hija, dondes estes madre, en el aire, en el cielo, en el paraíso, en mi memoria y en mi corazón tu estás eso no va a cambiar durante el camino.